23 abril 2008

Contraprueba

(publicado en el suplemento Líbero de Página/12, ya ni me acuerdo cuándo)


Ese jueves, las secciones deportivas -y hasta las tapas- de los diarios no hablaban de otra cosa: el antidoping positivo de Juan Carlos Carrascosa. Dado el historial del fútbol argentino al respecto, no parecía algo como para andar escandalizándose barato, pero había un dato que echaba una nueva y apasionante luz sobre un tema varias veces debatido: Carrascosa era árbitro. Más aún: Carrascosa había sido el árbitro del River-Boca jugado el domingo anterior, que -como corresponde- ya había ocupado un generoso espacio en esas mismas páginas deportivas. Y, como una premonición, algunas de esas páginas analizaban exhaustivamente la labor del juez: una práctica habitual, pero que esta vez se fundamentaba aún más en el hecho de que la labor de Carrascosa había tenido varios puntos oscuros. Puntos que, con la noticia del jueves, empezaban a explicarse mejor que los miles de argumentos enarbolados por periodistas, árbitros, jugadores e, hinchas de uno y otro bando, que venían protagonizando una semana especialmente pródiga en trifulcas de bar. El partido, de circunstancias tan cambiantes que había varios que se confundían en el análisis, había finalizado 2 a 2, pero el resultado era casi lo de menos frente a las situaciones que se habían vivido en la cancha.

Mandoni y Olarte, los centrales de River, comentaban ya en el entretiempo la extraña frase lanzada por Carrascosa poco antes de iniciar el encuentro. Acercándose al área millonaria, el juez les había dicho con firmeza: “Ustedes dos, mucho cuidado con alborotarse la cabellera”. El dos y el seis se miraron entre sí y simplemente asintieron, atribuyendo semejante reconvención al hecho de que Carrascosa siempre se definía como “seguidor de la línea inaugurada por el Sr. Castrilli”. El retirado árbitro, precisamente, ante el frasquito positivo del referí debió salir prontamente a declarar que él no sabía nada de líneas y que no le embarraran la cancha.

Pero el episodio con Mandoni y Olarte quedó convertido en poca cosa frente a lo que vino después. A los cinco minutos, Guzzione, el nueve de Boca, terminaba de atarse los botines en el área grande rival, cuando un rebote hizo que la pelota le cayera justita para definir. Mientras el juez de línea se dislocaba el hombro de tanto agitar la banderita, Guzzione eludió a Casco y definió con el arco vacío. Era el orsai más grande de la historia, pero Carrascosa señaló el círculo central. Y echó a Mandoni por protestar. Y le puso amarilla al capitán riverplatense Fernández Nieto, y lo mandó a Carrusca -el ocho de Boca- a cambiarse los botines porque no le combinaban con su muñequera de la suerte. A pesar de que el partido ya parecía definitivamente desnaturalizado, los jugadores se resistieron a darle vía libre al escándalo retirándose del campo apenas iniciado el juego, y la pelota volvió a rodar. Todo anduvo más o menos dentro de los carriles hasta los 23 minutos, cuando Picone, marcador lateral xeneize, cometió una falta menor, y Carrascosa le sacó roja directa. Todo Boca se le fue encima, y finalmente el árbitro concedió:

- Trescientos abdominales y se queda en la cancha.

Pese a las protestas generalizadas de los de la banda roja -y una incredulidad que comenzaba a ganar todo el estadio-, Picone se tendió en el piso y cumplió con lo ordenado. Y se quedó en la cancha, aunque no volvió a tocarla en toda la tarde. A esa altura, los jugadores tenían miedo hasta de hacer un lateral, pero el primer tiempo finalizó sin mayores incidentes, salvando el gol del empate que marcó Fernández Nieto a los 42, con los dos puños cerrados y tirándose en palomita. Los de Boca ni miraron a Carrascosa.

Los comentarios radiales y televisivos del entretiempo fueron verdaderas piezas de oratoria. En las tribunas circulaba el rumor de que Carrascosa había sido comprado, pero nadie atinaba a decir por quién o para qué: hacía rato que Excursionistas lideraba cómodamente la tabla de posiciones, y ninguno de los dos más grandes del fútbol argentino participaba ya de la discusión por el título.

- Estos están rompiendo las pelotas de nuevo con el fútbol espetáculo -aventuró un grandote sin largar el trapo de River.

- Olé olé, olé olé olá, el Carrascosa no nos quiere habilitar -cantaban con buena intuición los xeneizes.

El segundo tiempo fue el ejemplo de lo que hubiera filmado Fellini de haberle interesado alguna vez el once contra once. Sólo la firme intervención de los dos líneas, que se llevaron aparte al árbitro y lo conversaron un poco, impidió que Carrascosa se saliera con la suya y el superclásico se terminara jugando con una guinda de rugby. Según los que atinaron a escuchar parte del diálogo entre los tres de negro –“de negro” es un decir, porque Carrascosa había salido al segundo tiempo con una chomba fucsia de vivos amarillo flúo-, el juez argumentaba que “un verdadero profesional juega con cualquier pelota”. Los líneas, sin embargo, lograron convencerlo con el argumento de que la guinda estaba desinflada.

- Caramba, lástima que olvidé mis pelotas de golf -comentó Carrascosa.

A esa altura, los jugadores se doblaban de risa y la rivalidad histórica se había ido al cuerno. “No te calentés, Héctor, si la AFA va a anular todo”, le decía Olarte a Picone, que apenas podía con su alma y puteaba en todos los idiomas. Carrascosa trotaba con un paso que seguramente creía elegante, pero que hacía recordar a Johnny Depp en Fear and loathing in Las Vegas. A los quince minutos, Amuchástegui, sobrino del recordado “Araña” Amuchástegui, le hizo un túnel inolvidable a Picone, se sacó de encima a un desesperado defensor, eludió a Cartasso y puso el 2-1 para River. Los Borrachos del Tablón se tiraban en palomita a la platea inferior, y Carrascosa no pudo con su genio. “¡¡Qué bueno, pero qué bueno, chéé!!”, le gritaba en el oído a Amuchástegui. “¡Hágalo de nuevo!”, ordenó. El Piojo lo miró, lo midió, consideró la expresión de respetuosa admiración y alegría pintada en el rostro del árbitro y preguntó, mirando al piso y raspando la línea de cal con la punta del botín siniestro: “Y... si lo hago de nuevo... ¿lo cobra otra vez?”. El grito de “¡Salga de acá, corrupto!” que le propinó Carrascosa se escuchó hasta en el Polígono de Tiro, y no sólo le sacó la roja sino que además lo echó a empujones.

El resto del partido fue un desastre. A los 30 minutos, el referí paró el partido para “refrescarse” (no hacían más de 18 grados), se fue al vestuario y volvió a los cinco minutos, levantando panes de césped con los tapones en cada paso. Con la corbata de la AFA como vincha, expulsó a los dos directores técnics “por no exhibir en la cancha un dibujo táctico convincente”, según apuntó en su informe. Después dio una serie de cinco penales para cada equipo, explicándole a los capitanes que había que ponerle emoción al partido, y anuló todos los goles resultantes. Le pegó a un línea por “negarse a pintar la raya del telebeam” para certificar el offside que había señalado. En un tiro libre para Boca puso a la barrera a siete metros, pero a las espaldas del pateador. La jugada terminó en el gol del empate, y por supuesto que los jugadores de River no dijeron ni mu. Tampoco tuvieron oportunidad, porque ahí mismo, a los 38 minutos, Carrascosa dio por finalizado el partido. Fue tal el desconcierto, que a la salida las barras no se buscaron para pelearse, sino para tomarse unos vinos, cambiar impresiones y reírse un rato.

El jueves por la tarde, tras declarar en la sede de la Asociación del Fútbol Argentino, ante las cámaras Juan Carlos Carrascosa fue breve y terminante. “Todavía falta la contraprueba. Confío en la Justicia”, dijo, y se subió al primer colectivo que vio pasar.