17 abril 2006

El futuro llegó en colectivo

(2 de diciembre de 1998, Página/12)

El grupo de Patricio Rey acaba de publicar el que luce como su mejor trabajo de los '90, con una lectura del pop tecnológico desde el rock y una serie de canciones que huelen a hit de pura cepa ricotera.



Con tantos años y tantos discos y tantas batallas bajo las luces del escenario, de poco sirve ya teorizar sobre los Redonditos de Ricota. Teorías no faltan, sino más bien todo lo contrario: desde las originarias invocaciones al mítico Patricio Rey, el grupo ha sido campo fértil para todo tipo de análisis y hasta polémicas. A esta altura de su historia, revisar el legajo completo de los Redondos es una tarea más bien agotadora. Y entonces queda aquello que no en pocas oportunidades termina pasando a un lugar, si no marginal, con menos protagonismo del que merece. Antes que gurúes, los Redondos son músicos. Y acaban de editar un disco, que será multitudinariamente presentado los días 18 y 19 de diciembre en el estadio de Racing Club. Hasta ahí las noticias: la pregunta es qué es lo que suena.

Lo que suena es Ultimo bondi a Finisterre, un disco lujosamente presentado, con un arte algo curioso para la estética del grupo, pero que puede entenderse como una actualización de viejas obsesiones: el futurismo internet podría ser una relectura de la tele de Un baión para el ojo idiota. Pero son al cabo cuestiones accesorias. Lobo suelto, cordero atado ya puede ser visto como un paso en falso, en el que un momento creativo indudablemente prolífico redundó en una falta de sustancia. Luzbelito fue otra cosa, una interesante salida de ese momento oscuro por razones artísticas y extramusicales. Para el observador imparcial, Finisterre recupera nada menos que el placer y las ganas de, una vez terminado, volver al track uno. Dicho en términos absolutos, que no son muy aconsejables pero que vienen al caso: Finisterre es el mejor disco que han hecho los Redondos en la década del '90.

“Hoy todos somos gente del pasao/ y la alucineta es que nadie quiere volver a ser como antes”, canta el Indio Solari en “Scaramanzia”, y la frase –tenga relación o no- sirve para el primer apunte sobre el nuevo disco ricotero. La estructura del grupo es harto conocida: la base sólidamente establecida de Semiya y Walter Sidotti, el color del saxo de Sergio Dawi y los dos elementos fundamentales que significan la guitarra de Skay y la voz del Indio. Todas esas piezas gozan de buena salud y el ensamblaje (que cuenta además con notables aportes de Lito Vitale, el violinista Sergio Poli y el trompetista Juan Cruz Urquiza) está lejos de resquebrajarse. Pero este disco abrió otro espacio de experimentación, que en el pasado asomó tímidamente –el antecedente más lejano es Oktubre, con Daniel Melero y “Motorpsico”- y que aquí parece ofrecer otra versión del casamiento más célebre de los ’90. Sobran los ejemplos de artistas que unieron a la maquinaria con la guitarra rockera, pero en la mayoría de los ejemplos ese abordaje se produjo desde el pop o directamente dese lo tecnológico. Los Redondos, una banda cuyo público define como rockera por excelencia, ensaya una lectura desde el rock. Y el resultado es igualmente efectivo.

Afirmar que los Redonditos de Ricota acaban de “modernizarse” es bastante temerario, y a fin de cuentas no dice mucho. La banda platense hace un uso notorio de los “artificios” en temas clave como “Las increíbles aventuras del Capitán Buscapina en Cybersiberia”, “El árbol del gran bonete”, “Drogocop”, “Pogo” o “Esto es to-to-todo amigos!”, pero hay algo que aleja toda presunción de que Finisterre es un buen disco por una supuesta “apertura estilística”: maquinita o guitarra, las canciones que componen el opus diez de los Redondos son buenas. Y ese es el meollo de todo el asunto.

Puede decirse que, con 21 años en sus espaldas, los Redondos bien pueden ponerse en piloto automático para parir oscuros mid-tempo como “Estás frito angelito” o “Scaramanzia”. Pero, aun en automático y haciendo uso de su marca registrada, Patricio Rey es cosa seria. Sirve también como prueba un tema con destino de hit como “Gualicho”, en el que la cosa es tan simple como una melodía atrapante, una guitarra limpia (¿Cómo es que Skay hace que todo parezca tan fácil?) y una de esa frases que surgen de la garganta del Indio y son inmediatamente adoptadas por una multitud: “Con lo que cuesta armar un full/ armar un puto full/ y jugarlo en este paño, Dios!”. O una invitación al galope como “Alien duce”, que bien podría servir para explicarle a un extranjero de qué se habla cuando se dice que los Redondos son una banda de rock. O “La pequeña novia del carioca”, un tema de estrofas complejas y estribillos que resuelven de un modo que eriza la piel.

Ultimo bondi a Finisterre puede distraer con su aire futurista, y el hermetismo de la banda podrá dar pie a nuevos debates. Ahora viene Racing después de cuatro años de peregrinaje por el interior, y es de esperar que esta vez nada empañe la fiesta. Porque, con solo apelar a sus dos últimos discos, Patricio Rey tiene suficiente para desatar esa fiesta. Y con lo que cuesta armar un puto full…

2 Comments:

Blogger Gogui said...

Me parece, eduardo, que en este disco Los Redondos quisieron armar un full, pero más hubiera convenido que se fueran al mazo. Aunque, como sabrás, tu crítica es perfecta en cuestiones estructurales de la crítica, disiento con tus opiniones acerca de ese disco. Ya en 1998 caí en la cuenta que los Redondos estaban separados con este disco, sino el peor de la discografía, el segundo peor.
Las canciones no tienen sustancia, el trabajo de máquinas suena tirado de los pelos, Skay se la pasa bosquejando riffs que no llegana mucho -aunque igualmente son lo mejor del disco-, y el Indio escribe cada vez más para su perro y menos para la poesía. Ni hablar de la banda, que no pasan de simples sesionistas en este disco, como demostraría el futuro con Momo Sampler.
Luzbelito para mí fue la patada final del caballo cansado, un fuego artificial que explotó en pleno junio, iluminando el cielo ricotero por breves segundos. luego, la oscuridad. Tristemente, la noche se extendió y ahí tenemos al último bondi y al momo sampler, dos discos olvidables de la década del 90.
Mientras Soda ya había hecho en el 92 el mejor disco pop electrónico posible (Dynamo), Los redondos intentaron repetir la fórmula acordes a las nuevas obsesiones de Solari. Skay lo siguió porque quería ver adonde iba eso, pero el último Bondi tenía la ruta fijada. El destino? La separación de la banda. Un disco triste para un tiempo triste, donde Patricio Rey ya no hacía Supershows y quedó al desnudo la poca creatividad que los unía.
Bueno, me descargué. Odio este disco. Pero linda nota.

2:05 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Bueno la verdad, que este disco de los redondos me parece muy bueno a diferecia de lo que dice Gogui. Yo creo que musicalmente es un poco denso pero no deja de ser atrapante y novedoso en el sonido ricotero. Las letras mantienen su nivel de siempre. Claro ejemplo es el de Gualicho o Scaramanzia. Igualmente no lo pongo entre los mejores 5 discos de los 90 ni de los redondos pero me gusta mucho.

4:39 p. m.  

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