18 marzo 2006

¿La pena se va con el humo?

(8 de enero de 1998, Suplemento NO)

La temporada 1997 no se caracterizó por las grandes apuestas en materia musical, pero dejó en el camino un puñado de muy buenos discos y unos cuantos shows memorables. Espasmos de modernidad al margen, las nuevas tendencias convivieron con expresiones más clásicas, lo cual conformó un cóctel interesante, de impredecibles derivaciones artísticas. Todo esto, claro, según la humilde apreciación del staff del NO, que se complotó una vez más para establecer qué fue lo mejor y lo peor del año que terminó. Que cada uno saque sus propias conclusiones.


Sobre el fin de año, el Hipódromo de Palermo fue escenario de una de esas fiestas de fuegos artificiales que dejan a todo el mundo con la boca abierta y el cuello ganado por la tortícolis. En los días siguientes se supo que los propietarios de caballos de carrera -incluyendo al retirado Diego- planeaban iniciar juicio a la empresa organizadora: nadie había pensado en los animales, que, con el lógico pánico por las explosiones, llegaron a lastimarse contra las paredes de sus boxes. Pero a quién le importan unos cuantos caballos.

1997, claro, tuvo una amplia oferta al respecto. Basta acercarse al kiosco de la esquina para encontrarse con una increíble variedad de artilugios que despiden las luces más encantadoras, los dibujos más elaborados, los colores más vivos: un espectáculo rutilante que poco después se convierte en humo. Y mientras todos miramos hacia arriba, pasa un punga y nos revisa los bolsillos. O viene un policía y nos huele la vestimenta.

A medida que el siglo -también- consume sus últimos cartuchos, la estrategia de la explosión encuentra más y mejores métodos para expresarse. Una encuesta realizada por la revista inglesa Melody Maker entre sus lectores arrojó como resultado que las dos peores bandas del año fueron Oasis y Spice Girls: en extremos opuestos, las dos propuestas agotaron al personal por su exposición mediática, su incansable desbocamiento, su extraña capacidad para anteponer todo lo demás a la música. Sin embargo, al cabo es solo un efecto residual del hecho central: alguien logró convencer a mucha gente que un producto tan de laboratorio como cinco chicas "cada una con su característica", ultraproducidas y con una única presentación en vivo (¡en Estambul!) es la salvación del pop. Alguien logró convencer a mucha gente de que es posible construirse una reputación, a falta de un nuevo disco convincente, a base de declaraciones bombarderas que producen mucho humo.

El humo vuelve una y otra vez sobre los doce meses recién terminados. Humo es el origen y humo lo que termina cubriendo el "caso Calamaro". Una declaración de absoluta inocencia frente a las barbaridades que se dicen por ahí despertó la célebre ira argentina, provocó que Andrés y Charly García se trenzaran en una pelea más apropiada para el Maipo, y que el autor de Alta suciedad acudiera al programa de Mariano Grondona en nombre de un debate que no fue: Calamaro (que no estuvo precisamente brillante en sus intervenciones, y eso sí es raro dada su capacidad de oratoria) propone que se hable de drogas, pero en Canal 9 el debate fue si había que meterlo preso o no.

Entretanto, el mercado de pirotecnia siguió dale que dale. Los rastreadores del último grito en cañitas voladoras volvieron a operar ese mecanismo por el cual no pueden existir fenómenos coincidentes, sino que uno viene a reemplazar a todo lo anterior. Y así lo moderno fue participar de las raves, y cualquier otra expresión artística solo un reflejo del pasado. Este año quizás sea otra cosa, y las raves quedarán en el casillero de Modernidades de 1997.

Y entonces, ¿qué pasa con la música? El '97 fue un año de buenos discos (Spinetta, los Cadillacs, Calamaro, los Delfines) y gestos grandiosos como el festival por las Madres. Y sin embargo la sensación de que el año terminó antes de tiempo no alcanzó a diluirse, y hubo ausencias discográficas (Divididos, los Redondos, Los Piojos, Los Caballeros de la Quema, Las Pelotas y siguen las firmas) que certificaron que no era una temporada para grandes apuestas. La clausura de varios boliches -algunos de los cuales hacía tiempo que jugaban a esquivar disposiciones municipales- no ayudó demasiado a mantener la sensación de que, con registro en disco o no, las cosas siguen marchando. En el resto del mundo, obras como las de U2, Primal Scream, Björk, Portishead, Moloko, DaftPunk o Morcheeba demostraron hasta qué punto han cambiado los criterios del músico, que ahora se mete mucho más en la producción y, sí, le toma prestado a los DJ's, que vienen modificando la música desde bastante antes que las raves se instalaran en la Costanera. Y ni siquiera se trata de que un músico sea "derrotado" por la manipulación tecnológica: se trata de una cuestión de enriquecimiento mutuo en la que no caben los prejuicios.

En la superficie, sin embargo -¿cuántos de los mejores discos de 1997 vendieron más de 30 mil ejemplares?-, las cosas están como vienen estando desde que la industria tomó definitivamente los hilos del negocio. Los hermanos Gallagher defendiendo un disco inferior a su historial con actitudes de diva y declaraciones que llaman a gritos a lo más amarillento de la prensa. Las chicas grabando otro disco, filmando una película, produciendo especiales de TV, jugando el juego de a ver cuántos discos vendemos hasta que seamos parte de la modernidad de 1997 y nadie recuerde a "Wannabe". Mientras tanto, luces de colores, explosiones perfectas, una ciudad bombardeada con ánimo de fiesta permanente, de carnaval carioca, de efectismo bien producido.

Abajo de tanta pólvora, claro, hay otra cosa.

Pero a quién le importan unos cuantos caballos.