04 julio 2007

¿Para quién cantan ellos, entonces?

(21 de mayo de 2000, Página/12)


Los discos suelen incluir un texto ya célebre que indica: “Prohibida la reproducción, regrabación, alquiler, préstamo, canje, ejecución pública, radiodifusión y cualquier otro uso no autorizado de estos fonogramas”. El texto se presta a varios análisis (¿¿prohibida la reproducción?? ¿Cómo se escucha un disco sin reproducirlo?), pero frente a tan poca seriedad bien podría reclamarse un agregado del mismo tenor: “Prohibido reunir a este grupo”.

Las reuniones, resurrecciones o como quiera llamárselas, siempre son un asunto complicado. El mismo Charly García lo sabe: hace poco menos de ocho años, cuando una aventura idéntica llevó el nombre de Seru Giran, hubo un buen show inicial en Córdoba y una inmediata cuesta abajo que terminó en el bochorno de River, con David Lebon poniendo voluntad, Pedro Aznar haciendo jugar todo su profesionalismo para sostener lo insostenible y García declarando sobre el escenario: “¿Ah, no se escucha allá arriba? Bueno... jódanse”. Curiosa manera de gratificar a un público que, claro, “siempre quiere escuchar estas canciones otra vez”. Cuestión, por otra parte, ampliamente discutible: ni los músicos ni los periodistas tienen el poder de saber positivamente qué es lo que está esperando el público, y mucho menos sus reacciones frente a una oferta artística determinada.

Hay tópicos en Sui Generis que responden a situaciones sociales hoy reconocibles. Lo difícil es darle a esa música la trascendencia que sus protagonistas levantan como bandera en el panorama musical de este tiempo. La repercusión mediática que obtiene el retorno de Sui Generis (repercusión que incluye a estas páginas, claro) tiene más que ver con las olas que suele levantar Say No More a su paso que con un efectivo interés en averiguar cómo puede llegar a sonar hoy “Mariel y el capitán”. Se dice que en todos los fogones del país sigue llevando la voz cantante “Rasguña las piedras”, pero eso, también, es materia discutible: los jóvenes de hoy pueden tener padres fanáticos de Sui Generis, pero su música –recuérdese: ningún joven adhiere así como así a las canciones de sus mayores–, la música que habla de lo que les pasa en la esquina, pasa por otro lado. Por un lado que, oh casualidad, García defenestra cada vez que se presenta la oportunidad, en un gesto policíaco que debería alarmarlo. Para un argentino de quince años en 2000, tiene más sentido lo que relatan La Renga o Los Piojos que un legendario dúo hippie de los ‘70. Mal que le pese a Charly, que también suele disparar sus dardos en esa dirección, si un pibe se pone a investigar en el pasado es probable que se identifique más con la “Fiesta cervezal” de Pappo que con “Un hada, un cisne”.

En la aún joven historia del rock, se hace difícil encontrar alguna reunión en la que el cuerpo de los protagonistas haya podido cubrir los cheques emitidos por su ego. Reunir a Sui Generis es exponerse a agregar un colofón pobre e innecesario a un grupo que, sí, es capital en el rock argentino. Tanto como Seru Giran, al que es mejor recordarlo sin Seru 92 y sin el doble en vivo de aquel caos en River. Pero a García, el clavadista, le encanta el riesgo, y de su pasión por el riesgo supo construir obras inolvidables. Aquel otro bochorno de 1995 en Prix D’Ami fue una muestra gratis de lo que podría ser Sui Generis hoy, con un García aún menos riguroso que entonces y un Mestre tratando de vivir la aventura junto a un huracán imparable. El huracán, además, no tolera las medias tintas: el significado histórico de Sui Generis debe obligar a todos a rendir pleitesía al regreso, y el que no lo entienda así será, como apostrofó a Pappo en Noticias, simplemente un envidioso. Hace 25 años, Sui Generis le cantaba “a usted, el que atrasa los relojes”. Hoy vuelve a cantar. La vanguardia es así. ¿Es así?