24 mayo 2006

El primero te lo regalan

A propósito de la Ley del Músico que bajó Kirchner, una nota del 12 de mayo de 1994, en el Suplemento NO:


Welcome to the jungle. "El sonido lo ponemos nosotros y te sale tanto, tenés tanto de luces y tanto de Sadaic, y tanto si querés un aviso en el diario o en la radio. Te damos tal porcentaje de la puerta, pero la consumición queda afuera. Yo sé que a ninguno le gusta, pero si querés un consejo te conviene vender entradas anticipadas para no quedar tecleando". Palabra o peso más, palabra o peso menos, la cantinela es harto conocida por los jóvenes Indiana Jones de la guitarrita. Como una Nueva York a escala, Buenos Aires ofrece cada fin de semana un amplio abanico de propuestas under, centenares de bandas sudando copiosamente por subir a las tablas a demostrar su existencia. Desde el nacimiento del rock argentino, esa labor desarrollada en locales de diversa calaña siempre se tradujo en una dolorosa resignación al ínfimo o nulo rédito económico, la mayoría de las veces superada por déficit, en todo sentido. Ganar dinero no es cosa de músicos, parece rezar el axioma inquebrantable, solo vulnerado cuando una banda adquiere trascendencia. Y a veces ni eso. La Capital Federal, esa Gran Manzana donde todo ocurre, es la morada de infinidad de escenarios -término que en varios ejemplos debería quedar encerrado en signos de pregunta- para alimentar la ilusión o el placer. Pero sus facturas son pesadas como una soga al cuello, y constituyen la principal traba para las bandas del interior que piensan en probar suerte bajo las luces del ring.

A un pibe no se le puede exigir que sea versado en leyes. Para quienes practican el arte de la música, ya es carga suficiente lidiar con los rubros de estudio, equipamiento, ensayo, grabación del necesario demo, búsqueda de difusión, convocatoria y otros ítems de clasificación ambigua. Pero el argumento no termina ni se resuelve allí. Aun conociendo los vericuetos de la legislación existente en cuanto a la práctica musical, el joven músico se topa irremediablemente con un callejón en el que se hace más que difícil imponer nuevos criterios. Vale como contundente ejemplo el artículo 16 de la Convención Colectiva de Trabajo 112/90, suscripta entre el Sindicato Argentino de Músicos (SAdeM) y la Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías y Cafés. Allí se lee que "en ningún caso los establecimientos permitirán el trabajo no remunerado ya sea con los pretextos de concursos, colaboraciones, propinas, dádivas o cualquier otro motivo, y deberán considerarse nulas y sin valor alguno todas las estipulaciones que hayan convenido los propietarios por sí o por medio de sus representantes legales o convencionales. En todos casos la responsabilidad y la obligación de pago recaerá sobre el establecimiento de que se trate". Si todo fuera como las letras dicen, los concursos en que la mayoría de las bandas termina vendiendo entradas -porque muchas veces el portador de ticket vota- no existirían, o al menos tendrían otros términos.

Las reglas de juego son claras: si los integrantes de una banda deciden defender su dignidad de músicos, su ausencia nunca se notará, sepultada por el malón de competidores. Y, por otra parte, el desvío proviene de una instancia anterior: ¿alguna vez se ha entendido el show en un pub como "trabajo remunerado"? En el país de la economía esquizoide, el propietario de un "café" debe caminar por la cuerda floja para que las cuentas cierren, el alquiler se pague y los tallarines lleguen a la mesa. Ese es el argumento de la defensa. Sin embargo, quienes trajinan las calles en busca de una fecha para tocar saben que a partir de allí se desata un pequeño nudo de irregularidades, habitualmente perdonadas o ignoradas por las mismas causas que los concursos. En una gran parte de los pubs se incluye a Sadaic en el "arreglo" convenido con la banda, pero cabe preguntarse: ¿en cuántos se hace entrega de la planilla impresa por la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música para que sus Socios o Representantes Inscriptos cobren el "retorno" correspondiente a ese show? He allí otra pregunta existencial, de las que generan un inmediato encogimiento de hombros: ¿cuántos de los miles de chicos que "arreglan" todos los fines de semana saben para qué sirve Sadaic, cómo recauda ese dinero de los pubs (que a veces es por "copas" y a veces un 10 por ciento de la puerta) y cómo lo reparte entre los afiliados que tuvieron que meter la mano en el bolsillo al final de la noche?

En el SAdeM, en tanto, se libra una lucha por lo menos difícil. Como en Sadaic, allí existe un departamento legal que intenta corregir las truchadas conocidas, tarea que encuentra su mayor obstáculo en el aparato burocrático de la misma justicia argentina. Y por encima de todo eso planea una sombra mucho más temible. En el marco de la obsesiva reorganización implementada por el Estado a través de la DGI, se clasifica al músico como trabajador autónomo, obligado a sacar número de CUIT y realizar los aportes correspondientes. Para los muchachos recaudadores, "los músicos son autónomos en tanto asuman el riesgo económico propio del ejercicio de su profesión", es decir cuando no perciben remuneración alguna por su labor y quedan librados a las ganancias del show. El estado de las cosas, ya quedó dicho, se sitúa muy lejos del ideal en que un Músico afiliado al SAdeM cobra un dinero del lugar en el que toca, que a su vez realiza el descuento de jubilación y obra social como en cualquier otra rama laboral. Léase: hoy, de hecho, el pibe que se cuelga la guitarra en un escenario chico puede ser considerado autónomo, y como tal debería entregar a la DGI un 27 por ciento de sus ingresos. ¿Cuánto es el 27 por ciento de nada? ¿Cuánto es el 27 por ciento de "me tenés que pagar X pesos porque con la puerta no cubriste los gastos"?

Las interpretaciones y puntos de vista, claro, abundan. La comprensión se simplifica en los casos de músicos que trabajan todos los días en bares, restaurantes y shoppings, posición desde la cual se hace más fácil pelear un sueldo, días de franco y vacaciones. Aunque tampoco es lo más común. De todas formas, el foco central de todo este desquicio pasa por una necesidad primaria, que aún no reconoce plazos de tiempo: de alguna forma u otra, la labor de las bandas under debe ser encuadrada en un sistema que permita su subsistencia, sin utopías de miles de pesos por una trasnoche de sábado, y sin el extremo opuesto de arriarse por siempre los pantalones. Por ahora, los pibes entrenan la cintura y se arreglan como pueden en el marco de estas condiciones, los dueños de pubs hacen cuentas y aprovechan la confusión reinante - en algunos y deshonestos casos inflando costos de sonido, luces y demás, o con el conocido sistema de apelotonar seis bandas en una sola y caótica velada-, y tanto en Sadaic como en el SadeM manifiestan que el contacto directo con los músicos y la difusión de información es la única vía de solución. Una guitarra puede ser un arma, pero nunca una máquina de calcular. Mientras tanto, Ave César. Los que van a parir te saludan.