01 junio 2006

Y ardió Roma

(29 de julio de 1999, Suplemento NO)

Extraña situación: el lunes por la mañana, en los kioscos de New York podía verse una tapa que no parecía del Daily News sino de Crónica. Sobre una foto que reflejaba el aquelarre final de Woodstock 1999, en letras gigantescas, podía leerse "CHAOS!!". Para ojos argentinos, la situación era familiar, y hasta podía preverse el tono espantado del reporte periodístico. Para el público norteamericano, las explicaciones (que comienzan con la afirmación de que "difícilmente algún Estado permita en el futuro la realización de un nuevo Woodstock") llevarán un buen tiempo. Ellos no parecen estar tan acostumbrados al desborde irracional.

Entonces, ¿qué pasó en Woodstock? El germen de lo sucedido el domingo por la noche, cuando Red Hot Chili Peppers debió acortar el magnífico show que estaba ofrecieno a cxausa de los fuegos en el campo, estuvo en la tarde del sábado. En el escenario Oeste, el más grande, Limp Bizkit salió dispuesto a explotar al máximo su status de "banda del verano", con más un millón de copias vendidas de Significant other, su segundo disco. En los días previos, el cantante Fred Durst anunció que haría cualquier cosa con tal de lograr que la performance de su grupo fuera recordada entre el malón de bandas de Woodstock. Y, sobre el escenario, no tuvo mejor idea que sugerirle a la monada "smash some stuff", una variación en inglés de la más célebre frase de Billy Bond. La mud people (que, a diferencia de 1994, no se caracterizaba con barro provocado por la lluvia, sino por las fuentes públicas de agua) fue la primera en hacerle caso. El muro de contención, ese "Woodstock panel" que intentaba disimular su función restrictiva con una decoración psicodélica, ya había sufrido varias bajas, pero a partir de allí sirvió de materia prima para que los embarrados hicieran surf sobre el lodazal. Y los mismos Bizkit debieron detener su show durante 15 minutos, mientras un integrante de la producción pedía cordura.

Al día siguiente, esas mismas placas de madera alimentaron los fuegos que obligaron a que se suspendiera toda actividad posterior (la fiesta iba a seguir hasta la madrugada del lunes) y se produjera la desconcentración. Las llamas comenzaron con algo tan simple como las "velas de la paz" que se distribuían libremente para despedir al festival, y siguieron como ceremonia tribal de gente danzando frente al fuego. Pero la cantidad de material combustible hizo que una simple fogata se convirtiera en hoguera: cuando se advirtieron al menos seis focos de fuego demasiado grandes, los Peppers pararon y le cedieron el micrófono a un integrante de la organización, que imploró que dejaran entrar a los bomberos. Fue un pedido vano, tanto por la imposibilidad de abrirse camino entre la multitud como por el hecho de que no se preveía semejante complicación. El último tema de RHCP, nada casualmente, fue un cover de "Fire", de Jimi Hendrix, al que casi ninguno de los asistentes, ya ganados por la paranoia de una posible catástrofe, prestó atención. Flea -quien salió a tocar completamente desnudo, en sintonía con lo que se veía permanentemente en el campo- tiró con evidente disgusto su bajo, y los californianos se retiraron 40 minutos antes. Y ahí se desató el infierno.

Hasta ese domingo por la noche, Woodstock se había desarrollado en los carriles usuales. Pero la acumulación de adrenalina, el opresivo calor, la combinación de drogas de toda clase, el sentimiento de liberación que produce tomar por asalto un campo gigantesco, estallaron con los fuegos. No fue, sin embargo, un acto de vandalismo absolutamente irracional. Cuando las corridas se trasladaron a los puestos de comida, los grupos que saqueaban, rompían y quemaban lo hacían al grito de "This is what you get for selling 5 dollars soda!", tomándose revancha de tres días de robo descarado en los comercios. Eso, claro, no justifica tamaña locura, que terminó alcanzando a varias carpas, los cajeros automáticos, un auto y media docena de semiremolques, y que tiró abajo varias columnas de audio y luces. Pero sí debe apuntarse que, a diferencia de las situaciones similares que se han vivido en la Argentina, en ese escenario (en el que, como agregado, un grupo de cincuenta personas percutía en los toneles metálicos para la basura, poniendo un adecuado soundtrack) no se vio ni una pelea entre la gente. Los que se acercaban con algo para agregar a las hogueras, incluso, se preocupaban por no lastimar a algún desprevenido en el camino.

Al cabo, un lamentable final para un encuentro que, pese a su gigantismo, nunca había pasado a complicaciones mayores que los desmayados, los contusos por el pogo, los deshidratados o los pasados de algo. Mientras la gente se desconcentraba, provocando un descomunal embotellamiento en toda el área, la carpa de prensa instalada a quinientos metros del escenario se convirtió en tierra de nadie, con periodistas de todo el mundo reclamando que alguien de la organización diera datos precisos. Los rumores abundaban: que las llamas habían tomado todo el camping, que las hordas destrozaban todo a su paso, que había violaciones a mansalva, que el Ejército estaba llegando para tomar control de la situación. Las pantallas instaladas en el lugar se limitaban a pasar resúmenes de los shows, y solo en las imágenes de los Peppers aparecía -durante escasos segundos- el fuego.

Lamentablemente, Woodstock 1999 será recordado por las llamas. En lo artístico, el tercer festival sirvió como demostración de la fuerza del casamiento entre la guitarra rockera y el ritmo hip hop, con buenos resultados como Rage Against the Machine o payasadas como Insane Clown Posse: los grupos que siguieron ese camino fueron invariablemente festejados por una audiencia predominantemente blanca y joven, que encuentra atractivo el ritmo afroamericano pero lo prefiere tamizado por la cultura WASP. Este Woodstock no fue aglutinado por un único mensaje de paz y amor (como en 1969), o por el hecho consumado de no poder escaparle a la lluvia -y por lo tanto convertirla en un juego general- como en 1994. Quizá sea eso, más que el alto costo de las entradas y los alimentos (dato que, por supuesto, también influye), lo que provoque la idea general de que fue el más "comercial" de todos. Esta edición no fue solo un festival de rock, un muestrario de lo que la industria tiene para ofrecer y un escenario de exhibición para los músicos -muchos de los cuales actuaron más para el pay per view de televisión que para la gente que tenían delante-, y por ello menos "místico" que los anteriores. El fin de siglo se hizo presente, y si para esos pibes es natural prender la tele y ver cómo su gobierno impulsa bombardeos en países lejanos, no parece caprichoso que un día aparezcan ellos bombardeando Rome, New York. La analogía es demasiado obvia, pero atractiva: como los romanos de Nerón, los asistentes al circo decidieron desatar su propia lluvia de fuego. Las cenizas quedarán por mucho tiempo.