12 julio 2006

El año en que el rock salió al sol

(22 de noviembre de 2003, Página/12)


Han pasado 21 años, pero suena a eternidad. En noviembre de 1982, el rock argentino era un adolescente tan cargado de energía creadora como de conflictos propios de la edad, para colmo en el contexto de un país devastado, golpeado, amordazado, picaneado, la muerte rondando en cada esquina. Antes y después de ese noviembre pasaron muchas cosas en la escena, pero BA Rock IV estaba llamado a constituirse en hito, codo de la historia, un verse las caras a la luz del sol y tratar de encontrar el modo de barajar y dar de nuevo, que otros tiempos empezaban a soplar. El delirium alcohólico de Galtieri y sus buitres en Malvinas había obrado como certificado de defunción no sólo de muchos pibes inocentes sino también de la dictadura más sangrienta de la historia argentina, tan pródiga en asesinos y desvalijadores. En las canchas de rugby de Obras Sanitarias, el mismo lugar donde unos meses antes había sucedido el polémico Festival de la Solidaridad Latinoamericana, el rock nacional (y su público) se mostró por primera vez en mucho tiempo con menos miedo, consciente de una nueva musculatura. Pero también con sus contradicciones, sus problemas de identidad y la certeza de que las cosas estaban cambiando para siempre. La historia inmediatamente posterior se encargaría de demostrarlo: último gran acto del hippismo, BA Rock cerró una época.

Para llegar a ese noviembre, sin embargo, es necesario atrasar el reloj un poco más. En septiembre de 1981, el festival Prima Rock (en las piletas de Ezeiza, con Spinetta Jade, Miguel Cantilo & Punch, Los Abuelos de la Nada, Dulces 16 y Nito Mestre, entre otros) había provocado un soplo de aire en un medio asfixiado por la persecuta, y unos meses después La Falda ‘82, a pesar de sus clásicos descalabros organizativos y de público, había dado otro empujoncito. Hacia marzo, cuando crecía una efervescencia social que desembocaría en una marcha a Plaza de Mayo reprimida y con un muerto, algunos hechos no tan aislados indicaban cambios de piezas en un movimiento rockero hasta entonces condenado al under. Seru Giran, el grupo que había encontrado su síntesis entre las buenas canciones y el reflejo entrelíneas de los tiempos de la dictadura, se despidió en Obras Sanitarias. En Radio del Plata, “9 PM” y “El destape” (en simultáneo por AM y FM) no sólo revelaban a una pareja conductora que haría historia –Lalo Mir y Elizabeth Vernaci– sino que entregaban una visión de la vida y un contenido netamente rockeros. En Rivadavia, Graciela Mancuso también se animaba a programar canciones del palo. Y en la ciudad, los pubs y cafés con shows en vivo (La Peluquería, Entreacto, Satchmo, La Trastienda, Shams, Jazz & Pop, entre muchos otros) brotaban como hongos y llenaban siempre. El material humano y artístico, por su parte, abundaba desde comienzos de los ‘70.

Y entonces llegó la guerra.

Al día de hoy, la relación del rock argentino con la Guerra de Malvinas desata debates sin respuestas concluyentes. En ello interviene la culpa por acceder a canales de difusión impensados “gracias” a un conflicto bélico con Inglaterra, balanceada por la tranquilidad de saber que, al menos en su mayoría, los músicos no le estaban robando la plata a nadie. Los militares reemplazaron la lista negra que iba de Mercedes Sosa al "Durazno sangrando" de Spinetta por otra que vedaba todo “cantable” en inglés, y todos los programadores debieron hacer un cursillo acelerado con aquellos más al tanto de lo que sucedía bajo la superficie. Y quizá la polvareda se hubiera ido aquietando, dejando solo el hecho de que el rock merecía ese lugar por potencia artística, de no haber sido por el Festival de la Solidaridad. Transmitido en directo por Del Plata, Rivadavia y ATC, con 60 mil personas adentro y unas cuantas afuera, el show a beneficio de los pobres pibes lanzados al delirio galtieriano incluyó a Spinetta, Litto Nebbia, Miguel Cantilo, León Gieco, David Lebon, Charly García, Pappo, Nito Mestre, Antonio Tarragó Ros y Rubén Rada, entre otros. Pero, a pesar de las apelaciones a la paz y las buenas intenciones, desde otros lugares el festival fue apreciado como un acto de colaboracionismo.

El triste final de Malvinas desbarrancó a la Junta Militar, pero no a la música. En ese contexto, el regreso de BA Rock (realizado en 1970, 1971 y 1972) fue a la vez un gesto natural y una declaración de presencia, buena salud y principios: el rock en las radios no era Palito Ortega en la cubierta de un barco militar, y ésa era la hora de demostrar que el espacio era propio. Cerca de cuarenta grupos en cuatro fechas, con una organización obligatoriamente precaria y sus correspondientes dislates (Los Encargados tocando el mismo día que Riff, por ejemplo, lo que provocó la primera lluvia de proyectiles en el currículum de Daniel Melero), le dieron forma a un festival histórico, registrado incluso para el cine por Héctor Olivera. Para la gente que se había acostumbrado a toparse con el celular policial a la salida de cualquier recital, la agonía de la dictadura era un premio a la resistencia, al Se va a acabar en cada Obras, al tráfico clandestino de Pedro y Pablo, Sui Generis, Pescado Rabioso, Pappo, Moris y un largo etcétera.

Así, mientras Héctor Starc, David Lebon, Oscar Moro, Rinaldo Rafanelli y Luis Alberto Spinetta abrían el fuego con una zapada en la que convivían títulos tan significativos como “Rock de la mujer perdida”, “Rutas argentinas” y “Suéltate rock and roll”, en el campo la gente pestañeaba entre aturdida y feliz, incrédula de estar a la luz del sol, a cara descubierta, escuchando guitarras eléctricas y no sirenas policiales. Eso, sobre todo, fue lo que flotó en el ambiente en las cuatro jornadas, lo que hace de ese sol gordo y de mirada firme un icono del BA Rock, pero también un símbolo de la época.

La época, de todos modos, estaba llamada a cambiar muy pronto. El disco que Página/12 ofrece a sus lectores a partir de mañana resulta un documento fiel de las líneas estilísticas que iban de la militancia hippie y guitarrera de Pedro y Pablo, Piero (y sus célebres claveles blancos), León Gieco y Raúl Porchetto, al rock pesado de Riff, pasando por opciones de rock más leve como La Torre, Orions y Miguel Mateos, enlaces folklóricos como los que ensayaban Nebbia, Gieco y Rada o tonos más de romance como los de Alejandro Lerner y La Magia. Esa fotografía de época no incluye, sin embargo, a una segunda línea que pronto provocaría graves colisiones: Los Encargados tuvieron una muestra gratis de lo que recibirían grupos como Los Abuelos de la Nada, Virus, Los Twist, Soda Stereo, incluso el Charly García de Clics modernos: buena parte del público (y más de un músico) no aceptó tan fácilmente que tanta lucha, tanta lírica combativa y tanto sentimiento de comunión de los ‘70 desembocara en la modernidad sonora y de discurso surgida al calor de la democracia, y que para colmo a alguien se le ocurriera acuñar el irrespetuoso término psicobolche.

Vendrían nuevas discusiones, y batallas contra un sistema de represión y desculturización que aprendió a moverse de modos más aviesos, sutiles y efectivos. Pero ésa es otra historia, la que se desarrolló al doblar el codo. Hace veinte años, hace una eternidad, el rock argentino salió al sol, parpadeó sorprendido y se convenció de que podía ser invencible. Hoy la foto aparece virada al sepia, pero el álbum sigue creciendo.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

me parecio totalmente espectacular.desde el comienzo hasta el final del texto no deje de maravillarme.gracas por publicar este explendido trabajo

10:35 a. m.  

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